Le quise ayudar a Dios
- Esmeralda Lozano
- hace 1 día
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Te preguntarás, ¿cómo un simple mortal como yo quiso ayudar al Todopoderoso? Suena descabellado, ¿verdad? Recuerdo haber leído muchas veces en la Biblia que Dios cumple Sus promesas, que solo debemos tener fe y que Sus tiempos son perfectos.
Pero, ¿qué pasa cuando, en medio de la espera, no vemos las respuestas que queremos? ¿Y más aún, cuando el sufrimiento nos ahoga? Cuando todo iba bien, no me angustiaba por el futuro. Pero entonces llegó la tormenta: de un momento a otro, mi madre enfermó, perdí a mi hermana y mi matrimonio se vino abajo. Me preguntaba: ¿Qué hice mal? ¿En qué momento todo se derrumbó? He servido a Dios toda mi vida, dentro de mis defectos, “hacía todo bien”. Pero el dolor fue tan fuerte que un día, desesperada, le dije a Dios que me sentía sola, que estaba sufriendo. Empecé a sentir que mi fe estaba siendo probada. Creer en las promesas de Dios se sentía lejano, casi imposible. Y fue donde yo comencé a hacer cosas en mis propias fuerzas,empecé a tomar consejos que no eran los correctos, que me decían tú eres una súper mujer, tú puedes sola, pero esa fuerza y valentía fue pasajera porque no estaba poniendo a Dios en primer lugar, dejé de buscar a Dios, me refugié en el ocio, dejé de servir y eso solo me alejó más de Él. Llegó tanta depresión a mi vida que no quería hablar con nadie, y lo último que me quedaba era cantar y hasta eso lo había perdido, sentía tanta ansiedad que tuve pensamientos de terminar con mi vida, le quería ayudar a Dios a calmar la tristeza y no lo logré. Pero, aun así, en estos momentos donde yo decidí esconderme de Él, Dios puso a las personas correctas en mi vida y se presentó una oportunidad de volver a levantarme, y fue justo ahí, en medio del dolor, que Dios me habló a través de Su Palabra, usando la historia de dos mujeres que, como yo, quisieron ayudarle a Dios: Sara y Agar.
Muchas conocen esta historia. Sara, debido a su edad avanzada, ya no creía en la promesa de Dios de que iba tener un hijo, entonces, en su desesperación, le pidió a su esposo que tuviera un hijo con su sierva Agar. Quería "ayudar" a que la promesa se cumpliera, pero fue un error. Todo salió mal. Sara estaba atribulada, cargando con una culpa que no le correspondía, En aquel tiempo el no poder tener hijos era símbolo de fracaso como mujer, ella se sentía señalada y juzgada. Algo muy parecido a lo que yo sentí tras perder mi matrimonio. Al dar a Agar ese lugar, sin darse cuenta, la empoderó, y luego Agar comenzó a verla con desprecio. Sara permitió su propio sufrimiento por no confiar en Dios. Entonces, Agar, debido al mal trato que le dio Sara, huyó embarazada al desierto. Ahí, Dios se le presentó por medio de un ángel y le dijo: “He escuchado tu sufrimiento. Regresa y sométete, a pesar de cómo te traten”. ¡Qué locura! ¿Cómo podía Dios pedirle eso, si lo único que ella quería era ser libre? Pero en ese momento, Agar decidió obedecer. Y no regresó con las manos vacías, sino con una promesa. Aunque el sufrimiento no desapareció, ella sabía que Dios estaría con ella y con su hijo.
Cuando leí esto Dios me mostró que incluso cuando no vemos con nuestros ojos lo que Él está haciendo, Él está obrando en el silencio. Agar decidió creer y aun sabiendo que volvería al sufrimiento, eligió obedecer. Ella fue parte del “plan B”, una estrategia humana para “ayudarle a Dios”, un plan que claramente fracasó. Pero, aun así, Dios tuvo misericordia. Restauró, cumplió Sus promesas y bendijo a ambas mujeres. Cuando intenté sanar por mis propias fuerzas, cuando tomé decisiones para “ayudarle a Dios” a sentirme mejor, fracasé. Pero en el momento en que estaba por desfallecer, Dios escuchó mi clamor. Me levantó. Me restauró. Todo lo que yo veía perdido, Él comenzó a transformarlo de maneras nuevas que llenaron mi corazón.
Como dice Jeremías 29:11: “Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes planes de bien y no de mal”. Dios restaura. Y cuando creas que no te escucha, créeme: lo está haciendo. Tal vez no de la forma que tú esperabas, pero sí de la manera perfecta. Solo tenemos que confiar en Jesús. Él fue a la cruz por ti y por mí. Cargó con todo el sufrimiento de la humanidad. Él entiende por lo que pasamos. Juan 16:33 dice: “…En el mundo tendréis aflicción, pero confiad: yo he vencido al mundo”. Él es nuestra paz en medio de la tormenta. Él nos ama, y todo lo que quiere es ayudarnos a avanzar hacia la meta.
Oración:
Jesús, gracias por haber ido a la cruz por mí, gracias por Tus promesas y Tu fidelidad, por ser mi ancla y mi fuerza en medio de la tormenta. A pesar de que a veces me he desviado, Tú has enderezado mis veredas, y como buen pastor, has ido por mí y has restaurado cada área de mi vida. Ayúdame a confiar más en Ti, a entender que tener fe no es que harás lo que yo quiero, sino lo que es mejor para mí. Te amo Dios. Amén.
Con amor Esmeralda Lozano.
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