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No te detengas, ahí no es

  • Betty Barragan
  • 17 jun
  • 3 Min. de lectura

Por mucho tiempo viví intimidada por los dones y talentos que Dios les daba a las personas de mi alrededor, familia de la fe, amigos e incluso mi propia familia. 


Entró en mí la idea, de que tal vez, yo no era una herramienta útil para el Señor. Sentía y pensaba que, si no era capaz de hablar Su nombre en voz alta como muchas otras personas, entonces no era válida mi manera de servirle. 


Uno de esos dones que más me retaba y a la vez me hacía achicarme, era el de predicar en voz alta en un grupo grande de personas o incluso con grupos pequeños. 


Constantemente se presentaban ocasiones en las que yo podría tal vez dar un paso al frente y tomar la palabra, pero solo de pensarlo me llenaba de temor y luego llegaba ese sentimiento de culpa y condenación por no haber sido valiente como algunas mujeres a las que admiro. 


Pero esto no iba por el lado de la envidia, más bien me sentía frustrada, porque de alguna manera comencé a creer que, si no podía servirle a Dios con el talento que Él les dio a otras personas, entonces no era suficiente mi talento, que obviamente no era el mismo. 


Cada vez que veía que todos podían hablar en público con fluidez, mi corazón se entristecía y una vez que me iba del lugar, sentía que una vez más le había fallado a Dios.


Hace poco en el programa de compasión de nuestra iglesia, en uno de los hospitales, mientras veía como todos los que estaban sirviendo estaban usando sus dones, comencé a tener este sentimiento de nuevo, pero esta vez decidí enfocar mi mirada en la gente a la que íbamos a servir. Comencé a ofrecerles algunas bebidas de las que llevábamos, y llamó mi atención un comentario que hicieron mis amigas. Dijeron entre algunas risas: “Le vamos a dar todas las bebidas a usted, porque a nosotras nos las rechazan y a usted se las aceptan sin dudarlo”. 


Algunas personas lo podrían llamar suerte, pero Jesús le llama gracia, Él ha depositado en mí un don que ve con misericordia y compasión a las personas que Él ya amó, pero no solo eso, me ha dado la gracia de poder reflejarlo con solo una pequeña conversación uno a uno y Él me usa ahí. 


Dios me hizo entender que, si yo enfoco mi mirada y me detengo a querer abarcar el don y talento de otros entonces, ¿cómo podré usar ese don que Él creó y diseñó con amor específicamente para mí? 


Dios me decía: ¡No te detengas!

Si pudiéramos imaginarlo, sería como si tú vas caminando de la mano con Jesús y de pronto se encuentran un tesoro precioso, y pasa que ese tesoro tiene el nombre de otra persona, pero lo quieres tú, y Jesús te dice: Ahí no es, tengo algo más para ti, sigue adelante, sigue caminando.


Su palabra nos lo afirma:

“Ahora bien, el cuerpo no consta de un solo miembro sino de muchos”.

1 Corintios 12:14 (versión NVI)



Y nos lo vuelve a confirmar:

“En realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció”.

1 Corintios 12:18 (versión NVI)


Ahora atesoro en mi corazón estos versículos y me recuerdan a Jesús diciéndome: ¡No te detengas, ni te achiques, ahí no es!


Oración:

Señor gracias por Tú gran amor para cada una de nosotras, gracias por los dones que has depositado sobre nuestras vidas. Ayúdanos a no desanimarnos, no achicarnos y sobre todo ayúdanos a enfocarnos en el don que nos has dado, que podamos ser bendición para los demás y sobre todo que Tú seas glorificado. Te adoramos y exaltamos Tú nombre

Amén 

Con amor, Betty Barragan

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