Parecidas a Jesús
- Daniela Escárcega
- hace 2 días
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Es muy común que cuando pasamos mucho tiempo con una persona, comenzamos a parecernos a ella. En palabras o frases que decimos, en ciertas actitudes o gustos, a veces hasta en la forma de vestirnos.
En mi familia siempre han sido muy comunes los dichos. Tengo muchas tías mujeres, crecí escuchando estas frases pegajosas que riman y tienen un significado específico. Por ejemplo, ante una situación difícil dirían: “Al mal tiempo, buena cara”, o cuando alguna prima se va a casar: “Ya va a ser harina de otro costal”. Pero uno que últimamente ha resonado en mi cabeza es este: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Hace exactamente un año y dos meses me casé con el amor de mi vida, y aun desde novios noté que se me contagiaban sus frases y sus chistes, pero ahora, estando casados, esto se elevó a la décima potencia. Ya no son solo palabras; son hábitos, gestos y hasta la forma de dormir. Eso me sorprendió muchísimo; no pensé que se pudieran contagiar hasta las cosas más ordinarias.
Después, investigando un poco, descubrí que este fenómeno tiene nombre; se llama “mimetismo social”. Es algo inconsciente y natural que hacemos los seres humanos: nuestro cerebro aprende e imita conductas a las que estamos expuestos por un buen periodo de tiempo. Saber esto me dejó reflexionando… ¿Qué tanto me parezco a Jesús? ¿Realmente paso el suficiente tiempo con Él como para empezar a ser como Él y hablar como Él? Y cuando las personas pasan tiempo conmigo, ¿ven a Jesús en mí?
Poco tiempo después de que Jesús resucitara y ascendiera al cielo, dos de sus discípulos, Pedro y Juan, fueron arrestados porque Pedro sanó a un hombre cojo. Los líderes religiosos los llevaron ante el Concilio para que defendieran su caso, para que dieran explicaciones, lo cual hicieron extraordinariamente, dando a Jesús la gloria (puedes leer la historia completa en Hechos 3 y 4). Pero quiero enfocarme en la reacción del Concilio, en el final del pasaje:
Hechos 4:13 (versión NTV)
“Los miembros del Concilio quedaron asombrados cuando vieron el valor de Pedro y de Juan, porque veían que eran hombres comunes sin ninguna preparación especial en las Escrituras. También los identificaron como hombres que habían estado con Jesús”.
Me encanta que mencione que Pedro y Juan eran hombres comunes; no tenían una preparación “especial”, es decir, no eran maestros teólogos ni expertos en la ley. Sin embargo, los pudieron identificar como hombres que habían estado con Jesús. Tal vez fue por su manera de hablar, las palabras que decían y cómo las decían; lo importante es que en ellos veían el reflejo de Jesús.
Muchas veces, entre la prisa, la rutina y los interminables pendientes, Dios se convierte en la persona con la que menos pasamos tiempo. Lo buscamos solo en el tiempo que nos sobra o incluso pasamos días sin buscarlo.
Amiga, con esto no quiero condenarte ni hacerte sentir mal; al contrario, yo también he estado ahí muchas veces. Pero lo que quiero es inspirarnos a recordar que somos llamadas a buscarlo por encima de todas las cosas. No hay prioridad más grande que pasar tiempo a Su lado.
Afortunadamente, tenemos la certeza de que al buscarlo y con ayuda de Su Espíritu Santo, seremos transformadas y cada vez más parecidas a Jesús.
2 Corintios 3:18 (versión NTV)
“Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen”.
Oración:
Señor, gracias porque Tú siempre eres bueno. Ayúdanos a buscarte y a conocerte cada vez más para así poder parecernos a Ti y reflejarte cada día de nuestra vida. Te amamos. Amén.
—Con mucho amor, Daniela Escárcega
